Este ensayo,
como todos los que le anteceden en su estilo, tiene por único propósito esbozar
las líneas generales de actuación en relación al asunto que atañe y su pétreo análisis
desde mi óptica retrospectiva. Aún no me siento con fuerzas ni capacidad para
describir sesudamente cuestiones tan extensas y complejas. Tampoco me
complacería acabar por sufrir desencanto con mi esfuerzo, tal como le terminó
por sobrevenir a Rousseau, si se me permite el cotejo con alguien de su talla
intelectual.
En mi escueto pero conciso
primer manifiesto político concreté los siguientes puntos que ahora me dispongo
a desarrollar:
"- Pedimos y queremos la
nacionalización de los sectores privados educativos y sanitarios fomentados y
acondicionados por el actual régimen plutócrata. No es factible ni negociable
la segregación económica dentro de la nación, con mayor gravedad en estos dos
ámbitos.
- Pedimos y queremos devolver al
oficio de educador la nobleza de la que ha sido desposeído. Consideramos a la
educación como el engranaje fundamental sobre el que ha de erigirse la nueva
nación, por lo que nuestros profesores y educadores serán seleccionados
minuciosamente entre aquellos con evidentes dotes para la enseñanza y el estímulo
de los estudiantes hacia la cultura y el saber en nuestro anhelo por edificar
hombres auténticamente libres. Rechazamos la especialización como exige el
mercado laboral internacional, pues nos negamos a aceptar la idea capitalista
de construir seres mecánicos y adoctrinados cuyo fin intelectual sea someter y
reducir su formación a cumplimentar las tareas que requieren los oficios
groseros.
- Pedimos y queremos una
universidad libre de costes para el ciudadano y reservada exclusivamente a las
mentes lúcidas y elevadas que nazcan en el seno de nuestra nación, frente a la
fábrica de patentes mediocridades que resulta a día de hoy. La universidad
constituye para la nación el órgano creador supremo de los valores culturales y
científicos. De ella esperamos grandes literatos, filósofos, científicos y
artistas que nos coloquen en la vanguardia de la cultura y del saber
occidental.
- Pedimos y queremos un Estado
que compita por colocarse en la cima del conocimiento científico y tecnológico,
el cual España históricamente ha despreciado, haciendo mayor ahínco en la
ciencia médica.”
No es menester disponer de ojo fino
y perspicaz para evidenciar, con aire angustiado, el ominoso modelo educativo
diseñado a mala fe por el régimen demoliberal. El apetito democrático burgués requiere
de una exigüidad educativa que desemboque en una irreversible laxitud de
espíritu en las masas, de otro modo peligraría sin remedio la posición privilegiada
y dominante a la que las plutocracias se aferran en base a multitud de
resortes, siendo el más relevante la susodicha educación. Así, la democracia
necesita de la incultura y del gregarismo para, reduciendo las convulsiones a
la mínima expresión e imposibilitando la aparición de ideólogos y pensadores
revolucionarios, perpetuarse hasta la saciedad; y esto lo consigue a través de
modelos educativos deliberadamente nefastos, además de una propaganda eficaz y
de regocijantes jolgorios de estulticia y esparcimiento consumista diseñados
para atrofiar y someter la susceptible mente de las masas. Su acción conjunta
se traduce, irremediablemente, en mares helados de concupiscencia y en urnas
rebosantes de fracaso petulante, cuyas vitrinas reflejan el indetenible ocaso
de occidente en toda su magnificencia. Diferimos desde esta aserción
introductoria que sobre estos instrumentos de malas artes construye el sistema
demoliberal su proyecto esclavista y clasista.
El máximo exponente de este
atavío lo descubrimos, no podría ser en otro lugar, en la nueva generación de
universitarios. Ahora bien, ¿qué conclusiones podemos colegir de una sociedad
en la que sus universitarios, además de mostrárseles velada su absoluta nulidad
y abusiva mediocridad, dan osadas muestras de excelsa complacencia o negación
ante el tribunal de su propio juicio? Vesánico no debe manifestársenos que
ahora exijan, superado el desconcierto inicial, lo que se les debe por el
impreso que acredita su desconocida ignorancia tras haber atravesado las
puertas que nunca debieron traspasar; pero la democracia, en su infinita
tolerancia, nunca se atrevió a referirles que ése no era realmente su sitio,
mintiéndoles servicialmente acerca de su auténtica valía. Lamentablemente, el
daño ya se ha consumado y no hay remiendo posible, sólo queda asentir en un
nuevo empeño que procure a la universidad la apreciación que siempre debió poseer,
es decir, la universidad como templo del saber, tal como la concibió Unamuno.
No es factible, a modo de
ejemplificación, que en un pequeño pueblo como es al que pertenezco, en el que,
estimemos, hubo una última generación de 30 jóvenes estudiantes, acudieran a la
universidad unos 27 ó 28 de ellos. Lo correcto conforme a un criterio que se
ajuste a un promedio justo sería que hubieran continuado descollando a través
de sus estudios 2 ó 3, a lo sumo. Este sencillo dato estadístico debiera bastar
por sí solo para cerciorar que algo yerra gravemente en nuestro modelo
educativo. Sus consecuencias son desastrosas tanto a nivel intelectual, al
haber creado una generación de orgullosos iletrados, como a nivel laboral,
habiéndose producido un agreste exceso de empleados muy sobrevalorados, ante
los cuales no se les aparece ninguna cruda voz con arrojo a herir su altanería
de chandala y a confesarles sin tapujos su verdadera valía. Aquí se ofrece
desinteresadamente la mía.[1]
Sin embargo, el más deplorable y
desgraciado malogro adjunto a este desbarajuste es el haber diluido a aquellos
individuos realmente valiosos entre el fango educativo demoliberal,
condenándolos a recibir unos estudios adaptados a la masificación y a recibir
la llana evaluación que sus congéneres menos talentosos al final en sus respectivas
carreras: el gran número perjudica consustancialmente al pequeño número. Nada
se puede hacer tampoco por ellos ya, mas
sí aprender la lección y disponer los medios necesarios para evitar repetir que
nuestros mejores cerebros sean degradados y menospreciados por caprichosas y
desaforadas doctrinas de igualdad.
El diagnóstico es grave y el
pronóstico nada halagüeño. Aun cuando el sistema, por tantos años ya imponiendo
sus aciagas directrices, ha arraigado hirsutas raíces que, invisibles bajo
tierra, emplean la fórmula Swift de antropofagia en relación a aquellos hombres
que no resultan agradables a los sentidos mundanos de la buena sociedad, con
curtido y tenaz brazo de labrador y agotadora constancia y maña de costurera,
es de signo obligado para ellos subvertir y transvalorar el presente credo
educacional.
Expuestos estos seis breves
párrafos a modo de clarificar las causas de este escrito y sin más preámbulos,
abordemos el sujeto del tema en ristre:
Punto de partida de la nueva
educación superior: La educación será siempre el más sólido cimiento sobre el
que se sustente toda sociedad que se estime a sí misma y que aspire a la
elevación humana. Por tanto, los fundadores del nuevo Estado encuentran entre
sus mayores anhelos edificar sobre sus mejores ciudadanos la esbelta figura del
espíritu cultivado, esto es, erigir hombres libres y desiguales, energéticos y virtuosos.
Se trata de escoger
minuciosamente a aquellos cerebros de valía verificable, a las élites
intelectuales, y subvenirlos con todos los resortes al alcance del Estado a
completar su paulatino proceso de erudición y construcción del espíritu crítico
y creador, el cual, una vez adquirido, pondrán a disposición de sí mismos, de
la nación y de la civilización. Descartando a las masas, las cuales convendría
que se inclinaran por la formación profesional, los investidos del privilegio
universitario disfrutarían de una atmósfera altamente favorable para el
ejercicio del más alto rasante de actividad educativa.
La educación, por ser el
fundamento primero sobre el que cobra identidad una nación y al que debe su significación,
es responsabilidad única y exclusiva del Estado, es decir, asume
concienzudamente un papel omnímodo sobre ella. Esto no debe suponer, cualidad
hipotéticamente inherente a lo público, burocratización ineficiente si se lucha
contra la inconsciencia social a este respecto y se dispone una organización
jerárquica que acabe con la incompetencia asociada a la seguridad del puesto y
que responda de la mala praxis de sus subordinados. En consecuencia, no debiera
permitirse el más mínimo intrusismo del ente privado liberal, ningún lucro le
incumbe aquí; ni, con especial precaución por su estilo conspirador, del
corrompedor cristianismo y su Iglesia. La capacidad económica de una familia
nunca será un lastre segregacionista en la aspiración de que sus hijos logren el
acceso a unos estudios superiores que seleccionan en función al merecimiento
del individuo, nunca de su renta. Éste es un singular constitutivo idiosincrático
de la burguesía conservadora, de esos señores feudales que se han visto
obligados, por el devenir de los tiempos, a mudar su piel farisaica, mas no su
mentalidad y condición; no cabe más juicio sobre ellos que su destierro de la
existencia.
Cualquier institución clasista
no tiene razón justa de ser, por tanto, será hábilmente erradicada de la nueva
sociedad junto con sus inspiradores. Confluyo, pues, que el estudio en la
universidad, como en la educación primaria y secundaria, tendrá un coste nulo
para el estudiante, pues ya es pagado con creces a través de los impuestos; o,
en cualquier caso, sería reintegrado por ellos mismos por su futura labor
intelectual de cara a la sociedad. Además, con objeto de asegurar
despreocupación económica en el alumno, debiera ser dispuesta la concesión de ayudas
económicas dispares, principalmente aquellas de las que pudieran sentir
necesidad aquellos estudiantes con mayores penurias financieras, así como
aquellos que se vean obligados a residir en una ciudad distinta de la que son
originarios o residentes habituales. Un sistema de becas eficientemente
organizado que acabe con la arbitrariedad en su concesión y las atribuya, con
olfato de can, a aquellos estudiantes a los que realmente les urja su economía
familiar.
Evidentemente, se ha de premiar
el aprobado y penalizar el suspenso. La enseñanza obligatoria estaría libre de
costes para el estudiante en tanto éste haga gala de la misión que se ha
encomendado. De esta suerte, ante los reveses, sin excesivo apremio ni dureza,
se ha de desembolsar, sirviendo de bosquejo, la mitad del precio de la
matrícula de la asignatura problemática en la tercera convocatoria y la
matrícula íntegra estimada en las sucesivas convocatorias. Del mismo modo
serían revocadas las cuantías económicas que se conceden auxiliarmente si el
estudiante reiterara en su incapacidad para progresar, desvelando a todas luces
su pronto fracaso, bien a consecuencia de la desidia, bien de la errónea
valoración de sí mismo.
He aquí el punto más eminente a
tratar: la pedagogía superior debe orientarse en la medida de lo factible al
libre estudio. Los estudiantes que alcancen el más alto escalafón educativo lo
hacen por auténtica vocación; por consiguiente, no es conveniente someterlos a
fuertes presiones y exigencias académicas. Academicismo significa imposición y
estandarización, siendo, inequívocamente, pernicioso y contraproducente por
definición.
La rigidez y severidad a la hora
de impartir la educación son aconsejables tan sólo, inyectadas en dosis
saludables, en la educación obligatoria, donde el ciudadano debiera ser
relativamente forzado a adquirir una formación y una cultura elemental. No da
lugar el Estado a escapar de una educación básica, y sabiendo la siempre
frecuente aparición de díscolos que reniegan de ella, ésta debe proyectarse de
modo que confirme efectivamente su exitosa finalización para absolutamente todo
individuo. No obstante, para aquellos estudiantes que opten por la rectitud en
su determinación educativa en su fase obligatoria, sería aconsejable descubrir
una vía alternativa que les libre de someterse al plano dechado al que obligan
sus semejantes menos capaces y dispuestos.
En el vigente sistema de
enseñanza universitaria observamos la existencia de un abanico cada vez más
amplio y diverso de estudios, es decir, se percibe con diafanidad un progresivo
proceso de especialización: “La máxima especialización equivale a la máxima
incultura”, que expresó sonoramente Ortega y Gasset. El objeto de tal
estructuración es crear una universidad que se adecue a la oscilante y
cambiante economía de mercado, formando estudiantes, mejor referidos como productos
o ganado mercantil, que no sepan nada que se aleje sustancialmente de su futura
específica función laboral. Esto no puede continuar así, de otro modo
acabaremos por crear autenticas sociedades de autómatas que vivan para
continuar suministrando aliento a un modelo económico tan intrínsecamente
perverso como implacable. Por tanto, siendo el razonamiento, la erudición, la areté, sumos creadores de libertad, es
manifiestamente inconcebible que se pueda considerar servidumbre por parte del
supremo conocimiento respecto de un determinado modelo económico clasista.
Esculpamos con palabras una máxima:
toda elección implica especialización. Vertida semejante sentencia, el acto de
decantación por una u otra carrera es ya en sí una especialización. No
obstante, ésta es una preferencia general y vocacional que no responde más que
a lo inabarcable del amplio espectro del conocimiento humano, de la naturaleza
limitada de nuestro intelecto. Luego es inevitable, necesaria y deseable.
Ciertamente, la nueva
universidad guardaría semejanzas con la paideia
helénica o humanitas romana, con la
consecución del hombre completo, con la superposición del conocimiento humano
sobre el adiestramiento técnico-práctico. También, con el fervor que le
otorgaron los griegos, debe haber espacio para una actividad física y deportiva
que interiorice un carácter vitalista en el estudiante, así como en todo
ciudadano. La mejora de la salud de la población no es tan sólo altamente
recomendable para el propio individuo, sino que repercute notoriamente en la
economía de la nación al producir hombres aptos para el trabajo durante más
años y reducir el gasto sanitario al Estado, constituyendo éste una de sus
principales partidas presupuestarias. Pero no nos desviemos del tema que nos
constriñe hoy.
La desmembración del estudio
universitario es más inevitable en las carreras de ciencias y menos en las de
letras. Es francamente inaudito que se hayan quebrado de un modo tan indigno
los estudios de letras, pudiendo, sin riesgo de hiperbolizar, calificar a una
gran mayoría de actuales licenciados en esta rama del saber como insignes iletrados.
Como acabo de indicar, por ser un estudio más rígido, en la rama científica
resulta ligeramente más complicado llevar a cabo una reordenación, mas también
es imperiosa e ineludible. Esta reagrupación, obviamente, supondría incrementar
la duración del ciclo universitario si queremos que se declare verdaderamente
provechoso. No obstante, no importa el número de años requeridos para completar
exitosamente una carrera con tal de que el estudiante salga de ella con los
conocimientos y virtudes esperadas. Si la duración de los estudios
universitarios tuviera que alargarse hasta seis o siete años en pos de una
verdadera preparación intelectual, no supondría realmente un escollo, sino más
bien una reforma beneficiosa que también contribuiría a crear barreras a la
universidad a los no aptos por su ausencia de vocación o por su mediocridad
latente.
Breve ejemplo ilustrador de
reagrupación de estudios (Evidentemente, desaparecen las diplomaturas o grados
de corta duración):
·
Filología hispánica: incluyendo
filología hispánica, periodismo. (…)
·
Ciencias físicas y matemáticas: incluyendo matemáticas,
física, estadística. (…)
·
Filosofía e historia: incluyendo geografía,
historia, filosofía. (…)
·
Química: incluyendo química, bioquímica, farmacia.
(…)
·
Biología: incluyendo biología, biotecnología,
geología, ciencias ambientales. (…)
·
Derecho: incluyendo derecho, ciencias políticas,
sociología, relaciones laborales. (…)
· Economía: incluyendo economía, administración,
dirección de empresas, empresariales, marketing, turismo, comercio internacional,
finanzas, publicidad y relaciones públicas. (…)
·
Un único magisterio en una facultad de educación
que albergaría sólo este estudio.
· En la rama de ciencias de la salud convivirán tres
únicos estudios independientes: medicina, veterinaria y enfermería.
·
…
No es más que un aventurado
bosquejo que dibuje un cierto regreso al humanismo, por lo que sería también
recomendable que todas las carreras se alimentarán entre sí, y que el estudiante
de ciencias adquiera conocimientos globales de letras y viceversa. Como se
puede observar, se dibuja una gran quema de los estudios universitarios
actuales a través de una inversión de tendencia sin precedentes: sólo un necio
tacharía mis consideraciones de amalgama de doctrinas incompatibles. Una
apertura de ramaje se comprometería a producirse, como es el caso de medicina,
dentro de la misma carrera y en sus últimos años; y una especialización más
específica sería a través de los estudios de postgrado. También sería hacedera,
previa ponderación y deliberación, la aplicación del método de medicina sobre
las ingenierías. Por otra parte, carreras como terapia ocupacional, publicidad
y relaciones públicas, ciencias políticas, marketing,… desaboridas, vacuas o
más próximas al amaestramiento que al conocimiento, las incluyo teóricamente en
la fusión, pero a efectos reales pasarían a rebajarse a formación profesional o
llevadas a evanescencia. Restarían, hecha ceniza la hoguera de la
especialización, un total aproximado que rondaría la quincena si no tomamos en
consideración la autonomía de las filologías e ingenierías y las incluimos como
una sola en el recuento.
Las carreras de letras estarán
siempre más basadas en las lecturas y auto-erudición que en su estudio a través
de bibliografía académica. No cabe otra opción que leer con deleite a los
grandes autores, con comienzo en los clásicos, y nunca limitarse memorizar sus
figuras y contextos resumidos en libros de texto oficiales, pues es
manifiestamente un aprendizaje artificial y anodino. Referente a las filologías,
es inevitable que conserven su independencia, salvo una: filología clásica. En
vez de organizar su estudio aparte, convendría más plegarla sobre sus hermanas
y así otorgar más esbeltez y fuerza cognitiva al estudio de la filología. Traducción
e interpretación también sería aconsejable que se adhiriera y compatibilizara
con las filologías de lengua extranjera, procurándoles una mayor amplitud
lingüística y sacándolas de su abocado aislamiento monolingüe.
Mención aparte para la enseñanza
de la teología, es forzoso señalar que no tendría cabida tras los muros de la
educación pública, mas no sería prohibido su libre estudio. La ideología
fascista niega rotundamente y sin excepción cualquier interdicción referente a
cultura o conocimiento. Siendo así, el estudio religioso será vetado en
colegios y universidades, así como prohibido su ejercicio; no obstante
cualquier individuo tendrá acceso a él fuera del sistema educativo. La biblia,
los textos cristianos, la cultura religiosa, forman parte imperturbable de la
historia de occidente, la cual es tan recomendable conocer e interpretar como
el resto de sucesos histórico-sociales habidos a lo largo de las centurias.
El nuevo sistema universitario
dispondría de sus propias barreras naturales e intangibles, dirigidas a limitar
la entrada únicamente a aquellos individuos con verdaderas inquietudes
intelectuales y espíritu de aprendizaje, convirtiendo su estudio, como ya he
dicho, en vocacional. Junto con un bachiller de fuerte exigencia, servirían de
amedrento la propia dureza de la carrera, incrementándose ésta en su primer
año, al igual que su duración; asimismo, no superar con éxito un porcentaje
mínimo considerable de las asignaturas matriculadas el primer año supondría
forzar al neófito, desde el Ministerio de educación, al desistimiento en su
empeño y al abandono irrevocable de su presencia en la universidad. De este
modo, dispuestos los inapelables listones, debieran de abolirse las fronteras
estatales académicas de acceso a los estudios superiores. Me refiero, cómo no,
a la selectividad. Este examen no deja de presentarse a sí mismo como una
incongruencia si entendemos que no es más que una innecesaria confirmación del
bachillerato; mostrando, además, desde distinta perspectiva, una inverosímil
desconfianza en las capacidades del profesorado para evaluar y juzgar con
rectitud a su alumnado.
Llegados a este punto, me
gustaría mostrar una de las mayores fatalidades e injusticias actuales en el
acceso a la universidad: su entrada a través de los llamados módulos. ¿Quién en
su sano juicio puede entender semejante butrón en el templo? (¡Incluso existen vías
para introducirte furtivamente en él sin ni siquiera haber obtenido el graduado
de la educación obligatoria!) Es decir, a los teóricamente auténticos
entusiastas de la universidad se les exige el bachillerato y el examen
selectivo, mientras que a aquellos que supuestamente han renunciado a adquirir
una educación superior se les ofrece, finalizada su insulsa formación
profesional, la posibilidad de continuar sus andanzas por la vereda de la
vulgaridad en la universidad. ¿Qué opinión pueden merecer éstos individuos de
sus nuevos compañeros, viendo éstos últimos cómo aquellos que, con refulgente
sonrisa y paso decidido, recorren las llanuras inertes y estériles de la tierra
baldía se igualan, a efectos prácticos, a sus superiores? ¿A qué responde esta
incalificable aberración? ¿Es otra contribución al adocenamiento, a igualarnos
a todos en la medianía y en la zafiedad? He de reconocer que en esta concreta
perversión y degeneración de la universidad encuentro yo una de mis mayores
perturbaciones e impotencias. El que finalizado el bachillerato se decanta por
la formación profesional, renuncia tácitamente a obtener estudios superiores,
es decir, opta por el adiestramiento técnico-práctico y desiste de la paideia. Sin embargo, y favorablemente
al buen juicio, donde sí sería entendible el levantamiento de un obstáculo
académico como la selectividad es aquí, para aquellos que, sufrida una
iluminación divina, quieran integrarse en el mundo del conocimiento finalizada
su formación profesional; y, por supuesto, pese a que resulte superfluo
decirlo, que dispongan del bachillerato.
El oficio de enseñar, de educar,
es verdaderamente una de las funciones y responsabilidades más nobles a
desempeñar en cualquier sociedad evolucionada. Por consiguiente, la figura del
profesor requiere del máximo de los respetos y exigencias por parte de la
sociedad y de su sublimación a la categoría de prócer. Éste, más que sargento o
burócrata, debe ejercer de mentor y consejero, enfocar a sus pupilos hacia el
libre estudio, guiarlos por la abrupta vereda que conduce a la cima del
intelecto humano, así como saber juzgar con rectitud y objetividad los avances
de los estudiantes a su cargo. La licenciatura más un doctorado en la rama
específica de aquello que se aspira a enseñar es suficiente para ejercer la
profesión de docente universitario. Respecto a la educación primaria y
secundaria, se exige el magisterio (O la licenciatura alusiva a las materias a
enseñar). Esta carrera tiene una connotación especial por asumir la excelsa
labor de educar a la tierna juventud, requiriendo de una vocación mayor si cabe
que la de sus homólogas y de una singular rigurosidad e intensidad en su
preparación. Su aprendizaje teórico debe complementarse de forma eficaz con la
instrucción práctica (tomándose como base de imitación el MIR médico),
estableciéndose prácticas anuales en colegios o institutos progresivamente más
participativas en compañía del maestro o profesor oficial. La significativa
reducción de la cuantía de titulados en magisterio permitiría la puesta en
suspensión del examen de oposición en tanto no se produzca un sobrante de
maestros y profesores fijos en las necesidades cambiantes del marco coyuntural
educativo.
Tocante a las fórmulas de
examen, el popular modelo tipo test desaparecería en buena medida con ánimo de
que el estudiante demuestre un aceptable dominio de su lengua, precisión y
claridad en su expresión escrita, capacidad argumentativa y conocimiento real
de la materia examinada. Además esta medida está llamada a acabar con la
desidia e incompetencia entre el profesorado y a inducirle a una evaluación
individual, pulcra y exacta de cada uno de sus alumnos. Excluida esta infausta deriva
examinadora, el profesor dispondría de libertad para examinar e impartir sus
clases cualquiera que sea la usanza que sienta más adecuada a su carácter, es
decir, dispondría de libertad de cátedra; si bien ajustado a un marco nacional
de objetivos comunes. También aprovecho para lanzar aquí un órdago en favor de
la lengua castellana, tan bella y venerable como se muestra tanto en su vertiente
oral como escrita, y denunciar, desde una perspectiva nacional, el desprecio y
maltrato al que es sometida por una ciudadanía que opta por ceder su soberanía democrática a la engreída
ignorancia, y, desde un prisma internacional, su subordinación y desprestigio ante
el inglés. Es un acto verdaderamente fatídico que se haya permitido obtener
títulos universitarios a quienes tratan la lengua con tanto desdén, rebajándola
a un uso y consideración cercanos al que le dan los animales salvajes. Nadie puede
obtener no ya una licenciatura universitaria sin un óptimo dominio de su lengua
materna, sino el mismo graduado escolar. Nadie lee, nadie se cultiva, nadie
sabe, pero todo el mundo se licencia: testimonio desgarrador por antonomasia de
la España contemporánea.
La promoción de
salida al exterior durante el periodo universitario responde a una necesidad
manifiesta: completar el aprendizaje de una segunda lengua alternativa a la
materna y vehicular de tu nación. No conviene precipitarse juzgando al Erasmus
como derroche improductivo. Se está mostrando ineficaz dada la mala
organización del mismo, por ser concedido a los mediocres universitarios de hoy.
Mi justa propuesta sería una exigencia mínima de un certificado de B2 de la
lengua oficial del país de destino; no da lugar a peros tal requerimiento. El
objetivo de ofrecer al estudiante salir al exterior durante un periodo de un
año es contribuir a que éste complete su aprendizaje de la lengua extranjera
elegida. Por tanto, es de ineludible responsabilidad la tenencia de una base
previa. A su vuelta, deberá superar el nivel C1 dentro del año que sigue a la
fecha de su regreso. En caso de no lograr tan leve imposición deberá abonar un cierto
porcentaje del gasto generado que sirva a propósito de enmienda por
infructuosidad.
La universidad tiene el papel
civil más preeminente: la forja de los individuos que acapararán los oficios
más honorables y elevados, aquellos que exigen de ciertas virtudes y
conocimientos al alcance sólo de unos pocos. Siendo así, la salida profesional
desde la universidad no da lugar al desgaje del tránsito educativo-laboral, a
la aparición de universitarios ociosos; es decir, no permite la caída en desuso
de la demostrada valía a través del paro laboral ni aun en una nación como España,
con un supuestamente incorregible desempleo estructural. Resulta sobrante
reseñar que tanto el mercado privado como el Estado estarían en perpetua pugna
por captar y hacerse con los servicios de los auténticos nuevos universitarios.
El licenciado universitario debiera ser, por sobrados méritos propios, un
privilegiado en el aspecto laboral.
Actualmente presentan actividad
en España 50 universidades públicas y 30 privadas (ofreciendo un total de 2541
grados universitarios). Es, si tomamos en cuenta que la sola presencia de la
pública equivale a casi una por cada provincia, un número desproporcionado a
reducir con apremio. Aún lo es más si tomamos por segura la profusa reducción
de alumnos que sufrirían las universidades tras verse redactado y aplicado el
nuevo modelo educativo. El pasado curso, en suma conjunta de lo público y lo
privado, el hormiguero universitario acogió en torno a 1.500.000 de hormigas
desorientadas; cuantía que, francamente, me sugiere una irreprimible mueca
sarcástica. Sin embargo, continuando con lo referente a la distribución
geográfica, se debe procurar que las provincias que circundan las ciudades
universitarias dispongan de una o varias facultades en orden de alcanzar un
reparto equitativo de la enseñanza universitaria entre todos los territorios de
la nación, de tal manera que ninguna provincia se sienta discriminada y que
ninguno de sus jóvenes se vea abocado, en la medida de lo posible, a realizar
largos desplazamientos respecto de su población de origen. En modo alguno es factible
la duplicidad de facultades entre provincias anexas si eso repercutiera en una
infrautilización de éstas por falta de alumnos. Aunque algunos de los motivos
preeminentes que han movido al régimen demoliberal a masificar la universidad
sean el dédalo de intereses individuales entrelazados, las conductas de
nepotismo y clientelismo o el mercadeo del que se beneficia la ciudad
universitaria, todo ello inducido desde un modelo económico que sólo piensa en
la plusvalía, el primer deber, insisto, es extirpar tal perversión
endémica en la educación. Además,
sirviendo como contrafuerte, la educación superior debiera actuar como elemento
auxiliar esencial que contribuya a la descentralización económica e
institucional de la nación.
Se debe buscar un marco común de
aceptación de las titulaciones universitarias en el ámbito europeo como
elemento notable que contribuya a la simbiosis del viejo continente, pero sin
que ello suponga injerencias extranjeras de ningún tipo por parte de órganos
supranacionales que impongan sus dictados sobre la hegemonía educativa de cada
nación. El Plan Bolonia se ha desvelado a todas luces como un paso de gigante
más para acabar por convertir la universidad en una fábrica de esclavos y
acólitos satisfechos, y no como elemento real de proyecto unionista. Los
órganos europeos por los que nos regimos en nuestro tiempo, sirvan a una
disciplina u otra, no responden en modo alguno al afán de nuestros antepasados recientes
por fusionar nuestro continente tan deformado por nuestras guerras internas, a un
sentimiento de apoyo mutuo que nos confiriera fortaleza de cara al exterior,
sino que representan ciertamente un avasallamiento frente al mundialismo
liberal. Es de signo vital una nueva idea y refundación de Europa.
Acaecida la tardía hora de
desemperezo de la crisálida, ésta al fin mostrará lo que el anhelante esfuerzo
de espera merece desvelar. Al individuo que, rendidas sobradas cuentas ante su
voluntad, estreche y ciña el nudo de lo sublime, acapare para sí la
majestuosidad de la elevación y de la beldad humana, contemple embravecido para
sí el espíritu orgulloso y despreciador, creador e individualista, delator y
maltratador de la mediocridad, conductor de sociedades, discípulo sólo de los
grandes hombres de la humanidad, listo para integrarse en las máximas ponencias
con las que la sociedad agasaja a sus mejores hombres y, para su plenitud en
cuanto a animal social y político, que barrunte un sugestivo mañana para su
nación y para la civilización occidental.
Quisiera cerrar este
hercúleo ensayo con otra soberbia e iluminada sentencia de Ortega y Gasset: "La rebelión sentimental de las
masas, el odio a los mejores, la escasez de éstos: he ahí la razón verdadera
del gran fracaso hispánico."
[1]
Permítaseme introducir en este párrafo un elemento personal subjetivo, pero
creo que un ejemplo real y concreto ayuda a comprender la dimensión de lo que
expongo.
En lo referente a la forma de acceso y financiación estoy de acuerdo, pero según usted ¿el 90% de los ciudadanos deben renunciar a la enseñanza superior y conformarse con una formación más básica, alegando incapacidad o diferencia intelectual entre individuos? Viniendo de una ideologia socialista y supuestamente progresista según aprecio, esto se me presenta un poco contradictorio, ya que si bien es cierto que hay personas que pueden tener mayor capacidad intelectual que otras, el desarrollo y aprensizaje no sólamente se refiere a la capacidad intelectual si no al esfuerzo y la constancia. Como usted podrá observar en su pueblo seguramente haya claros ejemplos de personas visiblemente inteligentes y que ni por asomo les interesa o pretenden emplear tiempo en aprovecharla. El cerebro humano no tiene unos límites establecidos físicamente en lo referente al aprendizaje y con entrenamiento y desarrollo una persona de las que usted considera "no válida" puede llegar a ser mucho más útil para la sociedad que un supuesto "privilegiado intelectual" que prefiere no esforzarse. Dicho ésto también es cierto que tal vez se concedan títulos en demasía y esto haga que se infravalorice el título y la formación pero también es cierto que los estudiantes que no se esfuerzan o no consiguen unos mínimos,no pasan precisamente desapercibidos. Le invito a usted a presenciar clases o estudios de ingeniería que es de lo único que le ofrezco una visión experimental (no me quiero aventurar en titulaciones que desconozco) y podrá usted comprobar que ni mucho menos los conocimienos son pocos ni inservibles,ni se le concede el título a cualquiera, lleva muchísimas horas de trabajo y dedicación y evidentemente habrá unos que notoriamente progresen con mayor rápidez que otros, pero no siempre es a casua de la capacidad si no más bien de la dedicación. Y en cuanto a la especialización seguramente conozca un refrán que dice que "el que mucho abarca poco aprieta" ,pues exactamente eso es aplicable aqui. No digo que unos conocimientos generales no sean imprescindibles, pero llegados sl punto de la enseñanza superior en cualquier rama encontrará usted temario y ocupaciones más que suficientes para toda una vida. Estoy seguro de que si usted le preguntara a Einstein acerca de mecanismos o máquinas no tendría el conocimiento necesario,al menos para entrar en detalle,para explicar a fondo sus funcionamientos y fue uno de las mentes más brillantes de la historia.
ResponderEliminarEn primer lugar, gracias por el tiempo y esfuerzo que te has tomado para escribir tu comentario.
ResponderEliminarYo entiendo por formación básica la obligatoria, es decir, hasta lograr en graduado de la ESO. A partir de ahí es voluntaria, y lo que yo propongo es que ese 90 % avance hacia la vía de la formación profesional o adiestramiento técnico-práctico. Esto no es ni menos digno ni menos respetable, pero cada individuo debe colocarse en el lugar que le corresponde.
No existe ningún tipo de contradicción en mi exposición. Usted se equivoca al atribuirme una ideología progresista-socialista (lea mis artículos previos y lo comprobará), pues ni quiero una universidad para el hijo del obrero, que proclaman las izquierdas, ni una universidad para el hijo del burgués, que quisieran las clases adineradas: la universidad para los mejores. La universidad debe ser excluyente, sí, y reservada para minorías valiosas, élites intelectuales. No niego el esfuerzo, pero éste debe ser fructífero, de otro modo es inútil. ¿Qué deberíamos hacer, rebajar el nivel exigido para que los menos capaces puedan obtener títulos universitarios? En mi opinión eso no es factible. ¿Que un individuo compensa su menor capacidad con un mayor esfuerzo? Adelante, sea bienvenido, pero ese esfuerzo debe traducirse en resultados equivalentes. El argumento de que vale más el que quiere que el que puede no me parece válido por la sencilla razón que los estudios superiores requieren de ambos: querer y poder. La universidad no debiera aceptar ni al que puede y no quiere, ni al que quiere y no puede.
No creo haber pronunciado una sola mala palabra dirigida al estudio de las ingenierías, sólo les tacho el estar demasiado especializadas. Mi crítica es mayoritaria hacia los estudios de letras o ciencias sociales y en menor grado hacia los estudios científico-tecnológicos, aunque también son muy mejorables.
Respecto a la especialización me remito a la cita de Ortega: “La máxima especialización equivale a la máxima incultura.” Cuando hablo de “desespecializar” no propongo que el estudiante de física tenga unos conocimientos profundos hasta el detalle de filosofía, de historia o de biología, sino unos conocimientos globales aceptables, de los cuales, estoy seguro, Einstein disponía.