lunes, 31 de marzo de 2014

La nueva educación: la Universidad

   Este ensayo, como todos los que le anteceden en su estilo, tiene por único propósito esbozar las líneas generales de actuación en relación al asunto que atañe y su pétreo análisis desde mi óptica retrospectiva. Aún no me siento con fuerzas ni capacidad para describir sesudamente cuestiones tan extensas y complejas. Tampoco me complacería acabar por sufrir desencanto con mi esfuerzo, tal como le terminó por sobrevenir a Rousseau, si se me permite el cotejo con alguien de su talla intelectual.        
  En mi escueto pero conciso primer manifiesto político concreté los siguientes puntos que ahora me dispongo a desarrollar:
 "- Pedimos y queremos la nacionalización de los sectores privados educativos y sanitarios fomentados y acondicionados por el actual régimen plutócrata. No es factible ni negociable la segregación económica dentro de la nación, con mayor gravedad en estos dos ámbitos.
 - Pedimos y queremos devolver al oficio de educador la nobleza de la que ha sido desposeído. Consideramos a la educación como el engranaje fundamental sobre el que ha de erigirse la nueva nación, por lo que nuestros profesores y educadores serán seleccionados minuciosamente entre aquellos con evidentes dotes para la enseñanza y el estímulo de los estudiantes hacia la cultura y el saber en nuestro anhelo por edificar hombres auténticamente libres. Rechazamos la especialización como exige el mercado laboral internacional, pues nos negamos a aceptar la idea capitalista de construir seres mecánicos y adoctrinados cuyo fin intelectual sea someter y reducir su formación a cumplimentar las tareas que requieren los oficios groseros.
 - Pedimos y queremos una universidad libre de costes para el ciudadano y reservada exclusivamente a las mentes lúcidas y elevadas que nazcan en el seno de nuestra nación, frente a la fábrica de patentes mediocridades que resulta a día de hoy. La universidad constituye para la nación el órgano creador supremo de los valores culturales y científicos. De ella esperamos grandes literatos, filósofos, científicos y artistas que nos coloquen en la vanguardia de la cultura y del saber occidental.
 - Pedimos y queremos un Estado que compita por colocarse en la cima del conocimiento científico y tecnológico, el cual España históricamente ha despreciado, haciendo mayor ahínco en la ciencia médica.”
   No es menester disponer de ojo fino y perspicaz para evidenciar, con aire angustiado, el ominoso modelo educativo diseñado a mala fe por el régimen demoliberal. El apetito democrático burgués requiere de una exigüidad educativa que desemboque en una irreversible laxitud de espíritu en las masas, de otro modo peligraría sin remedio la posición privilegiada y dominante a la que las plutocracias se aferran en base a multitud de resortes, siendo el más relevante la susodicha educación. Así, la democracia necesita de la incultura y del gregarismo para, reduciendo las convulsiones a la mínima expresión e imposibilitando la aparición de ideólogos y pensadores revolucionarios, perpetuarse hasta la saciedad; y esto lo consigue a través de modelos educativos deliberadamente nefastos, además de una propaganda eficaz y de regocijantes jolgorios de estulticia y esparcimiento consumista diseñados para atrofiar y someter la susceptible mente de las masas. Su acción conjunta se traduce, irremediablemente, en mares helados de concupiscencia y en urnas rebosantes de fracaso petulante, cuyas vitrinas reflejan el indetenible ocaso de occidente en toda su magnificencia. Diferimos desde esta aserción introductoria que sobre estos instrumentos de malas artes construye el sistema demoliberal su proyecto esclavista y clasista.
  El máximo exponente de este atavío lo descubrimos, no podría ser en otro lugar, en la nueva generación de universitarios. Ahora bien, ¿qué conclusiones podemos colegir de una sociedad en la que sus universitarios, además de mostrárseles velada su absoluta nulidad y abusiva mediocridad, dan osadas muestras de excelsa complacencia o negación ante el tribunal de su propio juicio? Vesánico no debe manifestársenos que ahora exijan, superado el desconcierto inicial, lo que se les debe por el impreso que acredita su desconocida ignorancia tras haber atravesado las puertas que nunca debieron traspasar; pero la democracia, en su infinita tolerancia, nunca se atrevió a referirles que ése no era realmente su sitio, mintiéndoles servicialmente acerca de su auténtica valía. Lamentablemente, el daño ya se ha consumado y no hay remiendo posible, sólo queda asentir en un nuevo empeño que procure a la universidad la apreciación que siempre debió poseer, es decir, la universidad como templo del saber, tal como la concibió Unamuno.
  No es factible, a modo de ejemplificación, que en un pequeño pueblo como es al que pertenezco, en el que, estimemos, hubo una última generación de 30 jóvenes estudiantes, acudieran a la universidad unos 27 ó 28 de ellos. Lo correcto conforme a un criterio que se ajuste a un promedio justo sería que hubieran continuado descollando a través de sus estudios 2 ó 3, a lo sumo. Este sencillo dato estadístico debiera bastar por sí solo para cerciorar que algo yerra gravemente en nuestro modelo educativo. Sus consecuencias son desastrosas tanto a nivel intelectual, al haber creado una generación de orgullosos iletrados, como a nivel laboral, habiéndose producido un agreste exceso de empleados muy sobrevalorados, ante los cuales no se les aparece ninguna cruda voz con arrojo a herir su altanería de chandala y a confesarles sin tapujos su verdadera valía. Aquí se ofrece desinteresadamente la mía.[1]
   Sin embargo, el más deplorable y desgraciado malogro adjunto a este desbarajuste es el haber diluido a aquellos individuos realmente valiosos entre el fango educativo demoliberal, condenándolos a recibir unos estudios adaptados a la masificación y a recibir la llana evaluación que sus congéneres menos talentosos al final en sus respectivas carreras: el gran número perjudica consustancialmente al pequeño número. Nada se puede hacer tampoco por ellos  ya, mas sí aprender la lección y disponer los medios necesarios para evitar repetir que nuestros mejores cerebros sean degradados y menospreciados por caprichosas y desaforadas doctrinas de igualdad.
   El diagnóstico es grave y el pronóstico nada halagüeño. Aun cuando el sistema, por tantos años ya imponiendo sus aciagas directrices, ha arraigado hirsutas raíces que, invisibles bajo tierra, emplean la fórmula Swift de antropofagia en relación a aquellos hombres que no resultan agradables a los sentidos mundanos de la buena sociedad, con curtido y tenaz brazo de labrador y agotadora constancia y maña de costurera, es de signo obligado para ellos subvertir y transvalorar el presente credo educacional. 
  Expuestos estos seis breves párrafos a modo de clarificar las causas de este escrito y sin más preámbulos, abordemos el sujeto del tema en ristre:
   Punto de partida de la nueva educación superior: La educación será siempre el más sólido cimiento sobre el que se sustente toda sociedad que se estime a sí misma y que aspire a la elevación humana. Por tanto, los fundadores del nuevo Estado encuentran entre sus mayores anhelos edificar sobre sus mejores ciudadanos la esbelta figura del espíritu cultivado, esto es, erigir hombres libres y desiguales, energéticos y virtuosos.
   Se trata de escoger minuciosamente a aquellos cerebros de valía verificable, a las élites intelectuales, y subvenirlos con todos los resortes al alcance del Estado a completar su paulatino proceso de erudición y construcción del espíritu crítico y creador, el cual, una vez adquirido, pondrán a disposición de sí mismos, de la nación y de la civilización. Descartando a las masas, las cuales convendría que se inclinaran por la formación profesional, los investidos del privilegio universitario disfrutarían de una atmósfera altamente favorable para el ejercicio del más alto rasante de actividad educativa.
   La educación, por ser el fundamento primero sobre el que cobra identidad una nación y al que debe su significación, es responsabilidad única y exclusiva del Estado, es decir, asume concienzudamente un papel omnímodo sobre ella. Esto no debe suponer, cualidad hipotéticamente inherente a lo público, burocratización ineficiente si se lucha contra la inconsciencia social a este respecto y se dispone una organización jerárquica que acabe con la incompetencia asociada a la seguridad del puesto y que responda de la mala praxis de sus subordinados. En consecuencia, no debiera permitirse el más mínimo intrusismo del ente privado liberal, ningún lucro le incumbe aquí; ni, con especial precaución por su estilo conspirador, del corrompedor cristianismo y su Iglesia. La capacidad económica de una familia nunca será un lastre segregacionista en la aspiración de que sus hijos logren el acceso a unos estudios superiores que seleccionan en función al merecimiento del individuo, nunca de su renta. Éste es un singular constitutivo idiosincrático de la burguesía conservadora, de esos señores feudales que se han visto obligados, por el devenir de los tiempos, a mudar su piel farisaica, mas no su mentalidad y condición; no cabe más juicio sobre ellos que su destierro de la existencia.
  Cualquier institución clasista no tiene razón justa de ser, por tanto, será hábilmente erradicada de la nueva sociedad junto con sus inspiradores. Confluyo, pues, que el estudio en la universidad, como en la educación primaria y secundaria, tendrá un coste nulo para el estudiante, pues ya es pagado con creces a través de los impuestos; o, en cualquier caso, sería reintegrado por ellos mismos por su futura labor intelectual de cara a la sociedad. Además, con objeto de asegurar despreocupación económica en el alumno, debiera ser dispuesta la concesión de ayudas económicas dispares, principalmente aquellas de las que pudieran sentir necesidad aquellos estudiantes con mayores penurias financieras, así como aquellos que se vean obligados a residir en una ciudad distinta de la que son originarios o residentes habituales. Un sistema de becas eficientemente organizado que acabe con la arbitrariedad en su concesión y las atribuya, con olfato de can, a aquellos estudiantes a los que realmente les urja su economía familiar.
   Evidentemente, se ha de premiar el aprobado y penalizar el suspenso. La enseñanza obligatoria estaría libre de costes para el estudiante en tanto éste haga gala de la misión que se ha encomendado. De esta suerte, ante los reveses, sin excesivo apremio ni dureza, se ha de desembolsar, sirviendo de bosquejo, la mitad del precio de la matrícula de la asignatura problemática en la tercera convocatoria y la matrícula íntegra estimada en las sucesivas convocatorias. Del mismo modo serían revocadas las cuantías económicas que se conceden auxiliarmente si el estudiante reiterara en su incapacidad para progresar, desvelando a todas luces su pronto fracaso, bien a consecuencia de la desidia, bien de la errónea valoración de sí mismo.
   He aquí el punto más eminente a tratar: la pedagogía superior debe orientarse en la medida de lo factible al libre estudio. Los estudiantes que alcancen el más alto escalafón educativo lo hacen por auténtica vocación; por consiguiente, no es conveniente someterlos a fuertes presiones y exigencias académicas. Academicismo significa imposición y estandarización, siendo, inequívocamente, pernicioso y contraproducente por definición.
   La rigidez y severidad a la hora de impartir la educación son aconsejables tan sólo, inyectadas en dosis saludables, en la educación obligatoria, donde el ciudadano debiera ser relativamente forzado a adquirir una formación y una cultura elemental. No da lugar el Estado a escapar de una educación básica, y sabiendo la siempre frecuente aparición de díscolos que reniegan de ella, ésta debe proyectarse de modo que confirme efectivamente su exitosa finalización para absolutamente todo individuo. No obstante, para aquellos estudiantes que opten por la rectitud en su determinación educativa en su fase obligatoria, sería aconsejable descubrir una vía alternativa que les libre de someterse al plano dechado al que obligan sus semejantes menos capaces y dispuestos.  
   En el vigente sistema de enseñanza universitaria observamos la existencia de un abanico cada vez más amplio y diverso de estudios, es decir, se percibe con diafanidad un progresivo proceso de especialización: “La máxima especialización equivale a la máxima incultura”, que expresó sonoramente Ortega y Gasset. El objeto de tal estructuración es crear una universidad que se adecue a la oscilante y cambiante economía de mercado, formando estudiantes, mejor referidos como productos o ganado mercantil, que no sepan nada que se aleje sustancialmente de su futura específica función laboral. Esto no puede continuar así, de otro modo acabaremos por crear autenticas sociedades de autómatas que vivan para continuar suministrando aliento a un modelo económico tan intrínsecamente perverso como implacable. Por tanto, siendo el razonamiento, la erudición, la areté, sumos creadores de libertad, es manifiestamente inconcebible que se pueda considerar servidumbre por parte del supremo conocimiento respecto de un determinado modelo económico clasista.
   Esculpamos con palabras una máxima: toda elección implica especialización. Vertida semejante sentencia, el acto de decantación por una u otra carrera es ya en sí una especialización. No obstante, ésta es una preferencia general y vocacional que no responde más que a lo inabarcable del amplio espectro del conocimiento humano, de la naturaleza limitada de nuestro intelecto. Luego es inevitable, necesaria y deseable.
  Ciertamente, la nueva universidad guardaría semejanzas con la paideia helénica o humanitas romana, con la consecución del hombre completo, con la superposición del conocimiento humano sobre el adiestramiento técnico-práctico. También, con el fervor que le otorgaron los griegos, debe haber espacio para una actividad física y deportiva que interiorice un carácter vitalista en el estudiante, así como en todo ciudadano. La mejora de la salud de la población no es tan sólo altamente recomendable para el propio individuo, sino que repercute notoriamente en la economía de la nación al producir hombres aptos para el trabajo durante más años y reducir el gasto sanitario al Estado, constituyendo éste una de sus principales partidas presupuestarias. Pero no nos desviemos del tema que nos constriñe hoy.
   La desmembración del estudio universitario es más inevitable en las carreras de ciencias y menos en las de letras. Es francamente inaudito que se hayan quebrado de un modo tan indigno los estudios de letras, pudiendo, sin riesgo de hiperbolizar, calificar a una gran mayoría de actuales licenciados en esta rama del saber como insignes iletrados. Como acabo de indicar, por ser un estudio más rígido, en la rama científica resulta ligeramente más complicado llevar a cabo una reordenación, mas también es imperiosa e ineludible. Esta reagrupación, obviamente, supondría incrementar la duración del ciclo universitario si queremos que se declare verdaderamente provechoso. No obstante, no importa el número de años requeridos para completar exitosamente una carrera con tal de que el estudiante salga de ella con los conocimientos y virtudes esperadas. Si la duración de los estudios universitarios tuviera que alargarse hasta seis o siete años en pos de una verdadera preparación intelectual, no supondría realmente un escollo, sino más bien una reforma beneficiosa que también contribuiría a crear barreras a la universidad a los no aptos por su ausencia de vocación o por su mediocridad latente.
   Breve ejemplo ilustrador de reagrupación de estudios (Evidentemente, desaparecen las diplomaturas o grados de corta duración):
·         Filología hispánica: incluyendo filología hispánica, periodismo. (…)
·         Ciencias físicas y matemáticas: incluyendo matemáticas, física, estadística. (…)
·         Filosofía e historia: incluyendo geografía, historia, filosofía. (…)
·         Química: incluyendo química, bioquímica, farmacia. (…)
·         Biología: incluyendo biología, biotecnología, geología, ciencias ambientales. (…)
·         Derecho: incluyendo derecho, ciencias políticas, sociología, relaciones laborales. (…)
·        Economía: incluyendo economía, administración, dirección de empresas, empresariales, marketing, turismo, comercio internacional, finanzas, publicidad y relaciones públicas. (…)
·         Un único magisterio en una facultad de educación que albergaría sólo este estudio.
·    En la rama de ciencias de la salud convivirán tres únicos estudios independientes: medicina, veterinaria y enfermería.
·        
   No es más que un aventurado bosquejo que dibuje un cierto regreso al humanismo, por lo que sería también recomendable que todas las carreras se alimentarán entre sí, y que el estudiante de ciencias adquiera conocimientos globales de letras y viceversa. Como se puede observar, se dibuja una gran quema de los estudios universitarios actuales a través de una inversión de tendencia sin precedentes: sólo un necio tacharía mis consideraciones de amalgama de doctrinas incompatibles. Una apertura de ramaje se comprometería a producirse, como es el caso de medicina, dentro de la misma carrera y en sus últimos años; y una especialización más específica sería a través de los estudios de postgrado. También sería hacedera, previa ponderación y deliberación, la aplicación del método de medicina sobre las ingenierías. Por otra parte, carreras como terapia ocupacional, publicidad y relaciones públicas, ciencias políticas, marketing,… desaboridas, vacuas o más próximas al amaestramiento que al conocimiento, las incluyo teóricamente en la fusión, pero a efectos reales pasarían a rebajarse a formación profesional o llevadas a evanescencia. Restarían, hecha ceniza la hoguera de la especialización, un total aproximado que rondaría la quincena si no tomamos en consideración la autonomía de las filologías e ingenierías y las incluimos como una sola en el recuento. 
   Las carreras de letras estarán siempre más basadas en las lecturas y auto-erudición que en su estudio a través de bibliografía académica. No cabe otra opción que leer con deleite a los grandes autores, con comienzo en los clásicos, y nunca limitarse memorizar sus figuras y contextos resumidos en libros de texto oficiales, pues es manifiestamente un aprendizaje artificial y anodino. Referente a las filologías, es inevitable que conserven su independencia, salvo una: filología clásica. En vez de organizar su estudio aparte, convendría más plegarla sobre sus hermanas y así otorgar más esbeltez y fuerza cognitiva al estudio de la filología. Traducción e interpretación también sería aconsejable que se adhiriera y compatibilizara con las filologías de lengua extranjera, procurándoles una mayor amplitud lingüística y sacándolas de su abocado aislamiento monolingüe.
   Mención aparte para la enseñanza de la teología, es forzoso señalar que no tendría cabida tras los muros de la educación pública, mas no sería prohibido su libre estudio. La ideología fascista niega rotundamente y sin excepción cualquier interdicción referente a cultura o conocimiento. Siendo así, el estudio religioso será vetado en colegios y universidades, así como prohibido su ejercicio; no obstante cualquier individuo tendrá acceso a él fuera del sistema educativo. La biblia, los textos cristianos, la cultura religiosa, forman parte imperturbable de la historia de occidente, la cual es tan recomendable conocer e interpretar como el resto de sucesos histórico-sociales habidos a lo largo de las centurias.
   El nuevo sistema universitario dispondría de sus propias barreras naturales e intangibles, dirigidas a limitar la entrada únicamente a aquellos individuos con verdaderas inquietudes intelectuales y espíritu de aprendizaje, convirtiendo su estudio, como ya he dicho, en vocacional. Junto con un bachiller de fuerte exigencia, servirían de amedrento la propia dureza de la carrera, incrementándose ésta en su primer año, al igual que su duración; asimismo, no superar con éxito un porcentaje mínimo considerable de las asignaturas matriculadas el primer año supondría forzar al neófito, desde el Ministerio de educación, al desistimiento en su empeño y al abandono irrevocable de su presencia en la universidad. De este modo, dispuestos los inapelables listones, debieran de abolirse las fronteras estatales académicas de acceso a los estudios superiores. Me refiero, cómo no, a la selectividad. Este examen no deja de presentarse a sí mismo como una incongruencia si entendemos que no es más que una innecesaria confirmación del bachillerato; mostrando, además, desde distinta perspectiva, una inverosímil desconfianza en las capacidades del profesorado para evaluar y juzgar con rectitud a su alumnado.
   Llegados a este punto, me gustaría mostrar una de las mayores fatalidades e injusticias actuales en el acceso a la universidad: su entrada a través de los llamados módulos. ¿Quién en su sano juicio puede entender semejante butrón en el templo? (¡Incluso existen vías para introducirte furtivamente en él sin ni siquiera haber obtenido el graduado de la educación obligatoria!) Es decir, a los teóricamente auténticos entusiastas de la universidad se les exige el bachillerato y el examen selectivo, mientras que a aquellos que supuestamente han renunciado a adquirir una educación superior se les ofrece, finalizada su insulsa formación profesional, la posibilidad de continuar sus andanzas por la vereda de la vulgaridad en la universidad. ¿Qué opinión pueden merecer éstos individuos de sus nuevos compañeros, viendo éstos últimos cómo aquellos que, con refulgente sonrisa y paso decidido, recorren las llanuras inertes y estériles de la tierra baldía se igualan, a efectos prácticos, a sus superiores? ¿A qué responde esta incalificable aberración? ¿Es otra contribución al adocenamiento, a igualarnos a todos en la medianía y en la zafiedad? He de reconocer que en esta concreta perversión y degeneración de la universidad encuentro yo una de mis mayores perturbaciones e impotencias. El que finalizado el bachillerato se decanta por la formación profesional, renuncia tácitamente a obtener estudios superiores, es decir, opta por el adiestramiento técnico-práctico y desiste de la paideia. Sin embargo, y favorablemente al buen juicio, donde sí sería entendible el levantamiento de un obstáculo académico como la selectividad es aquí, para aquellos que, sufrida una iluminación divina, quieran integrarse en el mundo del conocimiento finalizada su formación profesional; y, por supuesto, pese a que resulte superfluo decirlo, que dispongan del bachillerato.
   El oficio de enseñar, de educar, es verdaderamente una de las funciones y responsabilidades más nobles a desempeñar en cualquier sociedad evolucionada. Por consiguiente, la figura del profesor requiere del máximo de los respetos y exigencias por parte de la sociedad y de su sublimación a la categoría de prócer. Éste, más que sargento o burócrata, debe ejercer de mentor y consejero, enfocar a sus pupilos hacia el libre estudio, guiarlos por la abrupta vereda que conduce a la cima del intelecto humano, así como saber juzgar con rectitud y objetividad los avances de los estudiantes a su cargo. La licenciatura más un doctorado en la rama específica de aquello que se aspira a enseñar es suficiente para ejercer la profesión de docente universitario. Respecto a la educación primaria y secundaria, se exige el magisterio (O la licenciatura alusiva a las materias a enseñar). Esta carrera tiene una connotación especial por asumir la excelsa labor de educar a la tierna juventud, requiriendo de una vocación mayor si cabe que la de sus homólogas y de una singular rigurosidad e intensidad en su preparación. Su aprendizaje teórico debe complementarse de forma eficaz con la instrucción práctica (tomándose como base de imitación el MIR médico), estableciéndose prácticas anuales en colegios o institutos progresivamente más participativas en compañía del maestro o profesor oficial. La significativa reducción de la cuantía de titulados en magisterio permitiría la puesta en suspensión del examen de oposición en tanto no se produzca un sobrante de maestros y profesores fijos en las necesidades cambiantes del marco coyuntural educativo.   
   Tocante a las fórmulas de examen, el popular modelo tipo test desaparecería en buena medida con ánimo de que el estudiante demuestre un aceptable dominio de su lengua, precisión y claridad en su expresión escrita, capacidad argumentativa y conocimiento real de la materia examinada. Además esta medida está llamada a acabar con la desidia e incompetencia entre el profesorado y a inducirle a una evaluación individual, pulcra y exacta de cada uno de sus alumnos. Excluida esta infausta deriva examinadora, el profesor dispondría de libertad para examinar e impartir sus clases cualquiera que sea la usanza que sienta más adecuada a su carácter, es decir, dispondría de libertad de cátedra; si bien ajustado a un marco nacional de objetivos comunes. También aprovecho para lanzar aquí un órdago en favor de la lengua castellana, tan bella y venerable como se muestra tanto en su vertiente oral como escrita, y denunciar, desde una perspectiva nacional, el desprecio y maltrato al que es sometida por una ciudadanía que opta por ceder  su soberanía democrática a la engreída ignorancia, y, desde un prisma internacional, su subordinación y desprestigio ante el inglés. Es un acto verdaderamente fatídico que se haya permitido obtener títulos universitarios a quienes tratan la lengua con tanto desdén, rebajándola a un uso y consideración cercanos al que le dan los animales salvajes. Nadie puede obtener no ya una licenciatura universitaria sin un óptimo dominio de su lengua materna, sino el mismo graduado escolar. Nadie lee, nadie se cultiva, nadie sabe, pero todo el mundo se licencia: testimonio desgarrador por antonomasia de la España contemporánea.
   La promoción de salida al exterior durante el periodo universitario responde a una necesidad manifiesta: completar el aprendizaje de una segunda lengua alternativa a la materna y vehicular de tu nación. No conviene precipitarse juzgando al Erasmus como derroche improductivo. Se está mostrando ineficaz dada la mala organización del mismo, por ser concedido a los mediocres universitarios de hoy. Mi justa propuesta sería una exigencia mínima de un certificado de B2 de la lengua oficial del país de destino; no da lugar a peros tal requerimiento. El objetivo de ofrecer al estudiante salir al exterior durante un periodo de un año es contribuir a que éste complete su aprendizaje de la lengua extranjera elegida. Por tanto, es de ineludible responsabilidad la tenencia de una base previa. A su vuelta, deberá superar el nivel C1 dentro del año que sigue a la fecha de su regreso. En caso de no lograr tan leve imposición deberá abonar un cierto porcentaje del gasto generado que sirva a propósito de enmienda por infructuosidad.
   La universidad tiene el papel civil más preeminente: la forja de los individuos que acapararán los oficios más honorables y elevados, aquellos que exigen de ciertas virtudes y conocimientos al alcance sólo de unos pocos. Siendo así, la salida profesional desde la universidad no da lugar al desgaje del tránsito educativo-laboral, a la aparición de universitarios ociosos; es decir, no permite la caída en desuso de la demostrada valía a través del paro laboral ni aun en una nación como España, con un supuestamente incorregible desempleo estructural. Resulta sobrante reseñar que tanto el mercado privado como el Estado estarían en perpetua pugna por captar y hacerse con los servicios de los auténticos nuevos universitarios. El licenciado universitario debiera ser, por sobrados méritos propios, un privilegiado en el aspecto laboral.
   Actualmente presentan actividad en España 50 universidades públicas y 30 privadas (ofreciendo un total de 2541 grados universitarios). Es, si tomamos en cuenta que la sola presencia de la pública equivale a casi una por cada provincia, un número desproporcionado a reducir con apremio. Aún lo es más si tomamos por segura la profusa reducción de alumnos que sufrirían las universidades tras verse redactado y aplicado el nuevo modelo educativo. El pasado curso, en suma conjunta de lo público y lo privado, el hormiguero universitario acogió en torno a 1.500.000 de hormigas desorientadas; cuantía que, francamente, me sugiere una irreprimible mueca sarcástica. Sin embargo, continuando con lo referente a la distribución geográfica, se debe procurar que las provincias que circundan las ciudades universitarias dispongan de una o varias facultades en orden de alcanzar un reparto equitativo de la enseñanza universitaria entre todos los territorios de la nación, de tal manera que ninguna provincia se sienta discriminada y que ninguno de sus jóvenes se vea abocado, en la medida de lo posible, a realizar largos desplazamientos respecto de su población de origen. En modo alguno es factible la duplicidad de facultades entre provincias anexas si eso repercutiera en una infrautilización de éstas por falta de alumnos. Aunque algunos de los motivos preeminentes que han movido al régimen demoliberal a masificar la universidad sean el dédalo de intereses individuales entrelazados, las conductas de nepotismo y clientelismo o el mercadeo del que se beneficia la ciudad universitaria, todo ello inducido desde un modelo económico que sólo piensa en la plusvalía, el primer deber, insisto, es extirpar tal perversión endémica  en la educación. Además, sirviendo como contrafuerte, la educación superior debiera actuar como elemento auxiliar esencial que contribuya a la descentralización económica e institucional de la nación.
   Se debe buscar un marco común de aceptación de las titulaciones universitarias en el ámbito europeo como elemento notable que contribuya a la simbiosis del viejo continente, pero sin que ello suponga injerencias extranjeras de ningún tipo por parte de órganos supranacionales que impongan sus dictados sobre la hegemonía educativa de cada nación. El Plan Bolonia se ha desvelado a todas luces como un paso de gigante más para acabar por convertir la universidad en una fábrica de esclavos y acólitos satisfechos, y no como elemento real de proyecto unionista. Los órganos europeos por los que nos regimos en nuestro tiempo, sirvan a una disciplina u otra, no responden en modo alguno al afán de nuestros antepasados recientes por fusionar nuestro continente tan deformado por nuestras guerras internas, a un sentimiento de apoyo mutuo que nos confiriera fortaleza de cara al exterior, sino que representan ciertamente un avasallamiento frente al mundialismo liberal. Es de signo vital una nueva idea y refundación de Europa. 
   Acaecida la tardía hora de desemperezo de la crisálida, ésta al fin mostrará lo que el anhelante esfuerzo de espera merece desvelar. Al individuo que, rendidas sobradas cuentas ante su voluntad, estreche y ciña el nudo de lo sublime, acapare para sí la majestuosidad de la elevación y de la beldad humana, contemple embravecido para sí el espíritu orgulloso y despreciador, creador e individualista, delator y maltratador de la mediocridad, conductor de sociedades, discípulo sólo de los grandes hombres de la humanidad, listo para integrarse en las máximas ponencias con las que la sociedad agasaja a sus mejores hombres y, para su plenitud en cuanto a animal social y político, que barrunte un sugestivo mañana para su nación y para la civilización occidental.
   Quisiera cerrar este hercúleo ensayo con otra soberbia e iluminada sentencia de Ortega y Gasset: "La rebelión sentimental de las masas, el odio a los mejores, la escasez de éstos: he ahí la razón verdadera del gran fracaso hispánico."



[1] Permítaseme introducir en este párrafo un elemento personal subjetivo, pero creo que un ejemplo real y concreto ayuda a comprender la dimensión de lo que expongo.


2 comentarios:

  1. En lo referente a la forma de acceso y financiación estoy de acuerdo, pero según usted ¿el 90% de los ciudadanos deben renunciar a la enseñanza superior y conformarse con una formación más básica, alegando incapacidad o diferencia intelectual entre individuos? Viniendo de una ideologia socialista y supuestamente progresista según aprecio, esto se me presenta un poco contradictorio, ya que si bien es cierto que hay personas que pueden tener mayor capacidad intelectual que otras, el desarrollo y aprensizaje no sólamente se refiere a la capacidad intelectual si no al esfuerzo y la constancia. Como usted podrá observar en su pueblo seguramente haya claros ejemplos de personas visiblemente inteligentes y que ni por asomo les interesa o pretenden emplear tiempo en aprovecharla. El cerebro humano no tiene unos límites establecidos físicamente en lo referente al aprendizaje y con entrenamiento y desarrollo una persona de las que usted considera "no válida" puede llegar a ser mucho más útil para la sociedad que un supuesto "privilegiado intelectual" que prefiere no esforzarse. Dicho ésto también es cierto que tal vez se concedan títulos en demasía y esto haga que se infravalorice el título y la formación pero también es cierto que los estudiantes que no se esfuerzan o no consiguen unos mínimos,no pasan precisamente desapercibidos. Le invito a usted a presenciar clases o estudios de ingeniería que es de lo único que le ofrezco una visión experimental (no me quiero aventurar en titulaciones que desconozco) y podrá usted comprobar que ni mucho menos los conocimienos son pocos ni inservibles,ni se le concede el título a cualquiera, lleva muchísimas horas de trabajo y dedicación y evidentemente habrá unos que notoriamente progresen con mayor rápidez que otros, pero no siempre es a casua de la capacidad si no más bien de la dedicación. Y en cuanto a la especialización seguramente conozca un refrán que dice que "el que mucho abarca poco aprieta" ,pues exactamente eso es aplicable aqui. No digo que unos conocimientos generales no sean imprescindibles, pero llegados sl punto de la enseñanza superior en cualquier rama encontrará usted temario y ocupaciones más que suficientes para toda una vida. Estoy seguro de que si usted le preguntara a Einstein acerca de mecanismos o máquinas no tendría el conocimiento necesario,al menos para entrar en detalle,para explicar a fondo sus funcionamientos y fue uno de las mentes más brillantes de la historia.

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  2. En primer lugar, gracias por el tiempo y esfuerzo que te has tomado para escribir tu comentario.
    Yo entiendo por formación básica la obligatoria, es decir, hasta lograr en graduado de la ESO. A partir de ahí es voluntaria, y lo que yo propongo es que ese 90 % avance hacia la vía de la formación profesional o adiestramiento técnico-práctico. Esto no es ni menos digno ni menos respetable, pero cada individuo debe colocarse en el lugar que le corresponde.
    No existe ningún tipo de contradicción en mi exposición. Usted se equivoca al atribuirme una ideología progresista-socialista (lea mis artículos previos y lo comprobará), pues ni quiero una universidad para el hijo del obrero, que proclaman las izquierdas, ni una universidad para el hijo del burgués, que quisieran las clases adineradas: la universidad para los mejores. La universidad debe ser excluyente, sí, y reservada para minorías valiosas, élites intelectuales. No niego el esfuerzo, pero éste debe ser fructífero, de otro modo es inútil. ¿Qué deberíamos hacer, rebajar el nivel exigido para que los menos capaces puedan obtener títulos universitarios? En mi opinión eso no es factible. ¿Que un individuo compensa su menor capacidad con un mayor esfuerzo? Adelante, sea bienvenido, pero ese esfuerzo debe traducirse en resultados equivalentes. El argumento de que vale más el que quiere que el que puede no me parece válido por la sencilla razón que los estudios superiores requieren de ambos: querer y poder. La universidad no debiera aceptar ni al que puede y no quiere, ni al que quiere y no puede.
    No creo haber pronunciado una sola mala palabra dirigida al estudio de las ingenierías, sólo les tacho el estar demasiado especializadas. Mi crítica es mayoritaria hacia los estudios de letras o ciencias sociales y en menor grado hacia los estudios científico-tecnológicos, aunque también son muy mejorables.
    Respecto a la especialización me remito a la cita de Ortega: “La máxima especialización equivale a la máxima incultura.” Cuando hablo de “desespecializar” no propongo que el estudiante de física tenga unos conocimientos profundos hasta el detalle de filosofía, de historia o de biología, sino unos conocimientos globales aceptables, de los cuales, estoy seguro, Einstein disponía.

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