Difícil cuestión, pero intentaré responderla con la mayor
elocuencia posible. Haciendo alusión con el título al libro del inteligente y
siempre polémico Federico J. Los Santos en el que intenta explicar por qué dejó
de ser de izquierdas, yo trataré, por mi parte, de hablar de mi tierra, nación,
reino, ¡o marca! -como se ha obstinado en denominarla a día de hoy el
derechismo ultra-liberal- y de la decepción que me causó en una gélida mañana
de desengaño patriótico. ¡Ni Dios ni patria!, pensé con estupor, desde el
despecho asociado a un temerario escapista de la depravación educativa que
supuso la LOGSE y desde la intolerancia que desprende y absorbe un anárquico
social con ciertos aires fascistas cuando golpea fuerte y racheado el viento de
poniente.
sábado, 25 de mayo de 2013
miércoles, 8 de mayo de 2013
Domingo de animadversión
“Hoy es un día de gran importancia
en vuestras vidas, hoy debéis comulgar con Dios, niños”. Esas son las sabias
palabras que, ligeramente acongojados, escuchamos de un sacerdote con tan sólo
ocho años. Nunca he sido muy dado a acudir a la iglesia, más que nada por los
devotamente apetecibles instintos homicidas latentes en mi ser obra de El
Maligno. Sin embargo, a la edad señalada, caí en la encerrona como todos y
comulgué, respondiendo mecánicamente con un sí a todas las consignas exigidas
por el señor de la sotana con el fin de que me dejara en paz y poder ir a
pegarle patadas a un balón. En primer lugar, creer, y en segundo lugar, pensar
y refutar tu creencia, si es que tu degenerada condición humana te alcanza para ello. En
mi caso, doy gracias a Dios por haber podido liberarme de la insipidez de su secta
judaica, de su credo nihilista malhechor. Ahora me viene a la cabeza una frase
que escuché en esa joya del cine español llamada Viridiana: “No necesito que
ningún cura me dé su bendición para estar con una mujer”. Hoy no se trataba de
matrimonio, pero, sacramento arriba, sacramento abajo, se trata del mismo
espectáculo dantesco. Para un proscrito de Dios como soy yo, resulta digno de
mofa observar cómo arraigan ciertas tradiciones en las mentes primitivas de las
sociedades subdesarrolladas culturalmente.
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