Londres,
London, Londinium. Churchill posa encorvado, pero elegantemente fiel a su
estilo, cercano a la abadía de Westminster sin su habitual puro (dada la
vigente ley anti-tabaco), y el almirante Nelson, con pose caballeresca en lo
alto de Trafalgar Square, intentando visualizar desde qué dirección llegó la
bala de aquel intrépido francotirador francés que le convirtió en leyenda; ambos
como máxima expresión del orgullo anglosajón inmortalizado en piedra. Ahora
todo eso queda únicamente para los anales de la historia, pues la globalización
y el multiculturalismo han acabado casi por completo con la identidad
británica, al menos en Londres. La educación y los modales del ciudadano inglés
permanecen intactos, sin embargo, en su eficiente metro percibes caras
taciturnas para ser, en teoría, un lugar bullicioso, únicamente roto por el
estruendo que causan los vagones al ponerse en movimiento. Rostros serios y
vista fija en el suelo, cumpliendo, con la mente nublada como su cielo, lo que
consideran su deber como ciudadanos británicos. Jornada de nueve a cinco y tardes
de domingo en Hyde Park preguntándose quién coño son y en qué se han convertido,
ya no parecen recordar cómo décadas atrás sus Satánicas Majestades rendían
pleitesía a Lucifer en ese mismo lugar.
jueves, 21 de febrero de 2013
miércoles, 20 de febrero de 2013
Allá por el 98´
Dulce nostalgia, es lo único que nos queda a los que vivimos
aquellos tiempos de libre albedrío. Recuerdo lo que quiero, el resto lo
desprecio, pues de nada me sirve. En casa, únicamente comer y dormir, las
polvorientas calles no podían esperar. Sólo diversión y travesura, envueltos en
la frescura de un pequeño pueblo de la meseta. Crecimos fuertes con el colacao
y las lentejas de nuestras abuelas. Un balón desgastado de tanto uso siempre
entre nuestros pies, desatando nuestra imaginación infantil en la plaza del
pueblo sin importar que cayera sobre nosotros la fría lluvia de noviembre, una
petrificante helada de enero o el abrasador sol de agosto, mes en el cual los hijos de los emigrantes de esta rica tierra se nos unían ávidos de deseo tras meses de angustiosa espera. Toda la chavalería,
bañada en ilusiones de futuro, recorriendo de acá para allá cada esquina del
pueblo sin percibir el más mínimo síntoma de agotamiento. He ahí la inocencia: todo es belleza y pureza,
que una vez perdidas no las vuelves a recuperar. La mejor época de nuestra vida y
nosotros sin ni siquiera saberlo, quizá eso ayudó a que fuera tan especial.
De repente, te despiertas una mañana y te das cuenta de que
todo eso se ha ido para no volver. Comienzas a no pensar más allá de la
siguiente paga o de la siguiente copa. Te conviertes en un consumista más
obsesionado con la banalidad, en otro peón más en el tablero del liberalismo
económico más voraz, en otra víctima inocente de la irracionalidad humana… en una simple estadística: He ahí la tragedia de la vida del hombre moderno.
lunes, 18 de febrero de 2013
El estado de apatía
La vida es lucha, valor, entrega, pasión, miedo, risa,
llanto. La vida es muerte, dormir junto a ella, observándola fijamente y
sonriéndole. El estado de bienestar contradice todas esas emociones, es algo
innatural a la condición humana y la madre naturaleza castiga con infatigable
saña cuando no se la obedece. Y la pregunta clave es, ¿Puede el ser humano
vivir en un estado en el que sus necesidades primarias y materiales estén satisfechas? Nunca por periodos prolongados de tiempo, y esto es debido a que paulatinamente
caemos en un estado de somnolencia.
lunes, 4 de febrero de 2013
Les femmes
(…)
- Morir por dinero es una estupidez.
+ Y morir por una mujer más aún.
- Amigo, algunas mujeres convierten a los niños en hombres,
y a los hombres en niños. ¿Qué es un hombre sin una mujer que ilumine sus días?
Un alma errante, ahogado en un mar de desilusión, envidiando a todos aquellos
que contemplan al despertar cada mañana la belleza terrenal, el mayor logro de
la naturaleza.
+ No se puede vivir con ellas, anulan al hombre, lo atrapan
en su telaraña de sentimentalismo, tratan de convertirlo en algo que no es.
Para un rato están bien, pero después no dejan de ser la némesis de todo
viernes, 1 de febrero de 2013
Lágrimas en la lluvia
Escribe, escribe, que algo quedará después de hallarte
sepultado por húmeda tierra o acompañando de acá para allá al viento, en su
viaje por inhóspitas tierras que jamás conociste en vida. Aquellos que
desprecian la eternidad dirán confiados: ¡Oh infatigable muerte, eres mi sombra
aun en la más lóbrega cueva! ¡Yo te espero en ausencia de angustia, pues nada
aviva mi existencia y nada espero conseguir de ti! ¡Qué importa si vienes a mí
a través del filo de la espada de algún guerrero desconocido o a causa del
lento desgaste del tiempo! Vacías aspiraciones las suyas.
Todo es más bello debido a que hay un final, y aún más para
los que buscamos con devoción ese final de una forma temprana, inesperada y
trágica. Pero, en lugar de regirnos por esta máxima, no percibimos las
maravillas que nos rodean, a pesar de que en lo que dura un parpadeo podríamos
perderlas, y no apreciamos la vida aun conociendo con certeza su desenlace.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)