- Joder, tío, ayer regresé al pueblo tras tres semanas fuera
y el perro se abalanzó desesperado sobre mí nada más verme. Creo que ya me
había dado por caído en combate o, al menos, bajo el cautiverio de las
aglomeraciones de masas humanas.
- Pues en mi caso, mi gato se limitó a mirarme con gesto desdeñoso
la última vez que me acerqué al pueblo, en sus ojos pude leer unas tibias
palabras nada reconfortantes: ¿Has vuelto, o tan sólo has regresado a recoger
algo que olvidaste? Y siguió su camino con esos andares presuntuosos que lo
caracterizan.
- Nunca he comprendido tu predilección por los gatos, la
verdad.
- Los perros, y los animales en general, son de mi agrado,
ya sabes que valoro más su presencia que la compañía de mis semejantes. Pero
con los gatos mantengo un vínculo espiritual, conecto de un modo trascendente, superior
al que pueda percibir con cualquier otro ser que puebla este planeta.
- ¡Necedades! Las virtudes de un cánido son infinitamente
superiores a la de esos felinos apáticos y ladinos.
- A los perros tienes que educarlos, sin embargo los gatos
pudieran enseñarte más a ti de lo que tú les pudieras aportar a ellos, tenlo
por seguro. No es de extrañar que los egipcios los veneraran hasta el punto de
que, por aquel entonces, asesinar a un félido pudiera acarrear para su verdugo
la pena de muerte. Además, era costumbre colmarles de unos fastuosos funerales.
- Tal vez de ahí radique su petulancia actual. A propósito
de su educación, no trato de discutirte el que dispongan de ciertas virtudes
ausentes en otros animales, pero no hay mejor antibiótico o remedio contra la
soledad, o incluso advenidos esos duros momentos en que has llegado a perder
hasta la fe en ti mismo, que la compañía de un leal can. Los gatos, en cambio,
son incontrolables, reniegan de todo dios y amo.
- Es por eso por lo que la Iglesia Católica los juzgó como
criaturas demoníacas durante la Edad Media y no le temblaba la mano a la hora
de conducirlos a la hoguera. ¿Ahora te vas a poner de parte de la cristiandad? El
solo hecho de que fueran seres impíos merece todos los elogios por nuestra
parte.
- Cierto. No lo decía con una connotación negativa, sino
como simple observación jocosa. No tengo reproche contra ningún ser que haya
sido tachado de Anticristo por el clero, faltaría más.
- Insisto en la defensa de mi posición. En esas últimas
afirmaciones pincelas ligeramente los motivos de mis alabanzas. La fidelidad
incondicional de los perros es su debilidad, su devoción injustificada por el
género humano lastra su autosuficiencia, convirtiéndose en meros esclavos, por
muy noble que parezca su comportamiento. Un perro inspira compasión, la virtud
de los depravados; el gato, por el contrario, insinúa algo completamente
distinto: envidia, complejo de inferioridad, pecados capitales; nos hacen
comprender a bofetón de frialdad y de orgullo racial quién es realmente la
clase aristocrática de la creación. Su completa independencia, su psicología
inescrutable, su vanidad, su presencia silenciosa, su ausencia de necesidad de
socializar salvo para procrear. Descubrieron el secreto de la vida plena mucho
antes que nadie: Básicamente consiste en comer, dormir y mantener un estado de
vigilia constante sobre lo que consideran su lebensraum. Mientras que durante su estado de celo se ciñen
estrictamente a copular hasta sentirse hastiados, procurando hacerlo sin
levantar sospechas y sin asumir ningún tipo de responsabilidad sobre sus
retoños. Un gato no te pide amablemente que le des su ración de comida, te
exhorta a ello. Del mismo modo, si osas en negarle alguna de sus exigencias, te
volverá la vista altaneramente y se irá mostrando una indiferencia apabullante.
Se pasean orgullosos, con gesto altivo, y se lavan constantemente no por una
razón en especial, sino por simple decoro. Un gato se sienta y posa, pero no para
captar la atención de sus congéneres o de los humanos, sino para sí mismo; es
simple individualismo presuntuoso, pensando algo así como: “Yo soy yo y mis circunstancias,
y yo en tu lugar, vulgar ente, mantendría la boca cerrada.”
- El propio Unamuno, probablemente tras regresar a casa
consternado tras su agitada trifulca con Millán Astray y buscar asiento mullido
en busca de un momento de sosiego, observó a su gato y suspiró con
incredulidad: “Mi gato nunca se ríe o lamenta, siempre está razonando.”
- Don Miguel siempre tan perspicaz como de carácter apacible
y reposado. En ese instante sí que mostró inevitablemente aquiescencia hacia su
impasible compañero, ¿verdad? Anécdotas aparte, el gato se cree domesticado a
semejanza del perro, si bien, en realidad se domesticó a sí mismo para así
poder disfrutar una vida más sosegada y despreocupada bajo el amparo del
hombre. La gente, insensata, disponía de sus servicios para librarse de
molestos roedores, les ponía sobre la mesa un contrato indefinido, a jornada
completa, ofreciéndole cubrir todas y cada una de sus necesidades a cambio de convertirse
en un simple cazador; labor que realizaba, como es natural, gustosamente, por
mero placer y diversión. Además, sólo lo hacía si le apetecía, nadie le exigía
determinadas cotas de productividad. Su posición dominante en la relación
contractual hizo que jamás necesitara siquiera de un sindicato que velara por
sus derechos; tirando de refranero español: El verdadero oficio de un gato,
matar el rato.
- Y nosotros, entretanto, emitiendo papeletas hacia
derechistas y crucificando a los sindicatos sin la menor consideración. Es más,
muchos de nuestros congéneres están matando el rato trabajando en este momento
en sus respectivos oficios groseros, mientras nosotros estamos aquí
intercambiando jovialmente impresiones al acogedor calor de la lumbre. Vamos a
compartir más semejanzas con los félidos de las que crees, eh.
- ¡Bendita lumbre al anochecer un día de perpetua borrasca
de otoño! Es la expresión probada del
sosiego, de la parquedad. Nada embelesa
los sentidos y calma el intelecto como el fulgor de una robusta llama, ama en
exclusividad de la luminosidad del lugar. Regresando al asunto aquí tratado, el
ser humano es un imbécil por naturaleza, al contrario que estos asombrosos
felinos. Como el perro, manifestamos un irreprimible sentimiento de avenencia y
fascinación por el avasallamiento y el sufrimiento, convirtiéndolos en parte indispensable
de nuestra condición. Referente a la animadversión que sienten nuestros sumisos
súbditos hacia ellos, el gato no huye del éste, sino que se burla, se pavonea,
haciendo alarde de su velocidad, agilidad y capacidad evasiva superior,
atributos a sus ojos superiores a la fuerza bruta. Se aupará a la cúspide de
algún muro o árbol y exhibirá un semblante jactancioso mientras el perro
corretea por los alrededores presa de un ataque de nervios y emitiendo estridentes
ladridos crónicos, dejando en evidencia su estupidez y su eterno derrotismo.
- ¿Fue Abe Simpson quien enemistó a perros y gatos, no? Ja,
ja,…
- Se toque el tema que se toque, Los Simpson siempre
servirán a modo de analogía; curioso, eh. Siempre fue y será la mejor serie de
la historia, no me cabe duda. La Loca de los Gatos es ejemplo palpable de cómo
en realidad no eres dueño de un gato, sino que simplemente compartes hogar con
él o, peor aún, eres su inquilino. Pero claro, eres tú quien paga las letras
hipotecarias, facturas y manutención de ambos, sin recibir, faltaría más, el
menor gesto de agradecimiento. Su ronroneo es el termómetro de su satisfacción.
Es de índole preceptiva prestarle la atención necesaria a éste, de otro modo,
cualquier día podría desaparecer sin previo aviso en busca de mejor vida,
dejando como rastro únicamente un sinfín de etéreas pisadas rápidamente disipadas
por la brisa matutina.
- Jodidos egoístas fanfarrones.
- Por último y más sustancial, un gato no teme a la muerte,
sino que la acepta sin más contemplaciones. No se pregunta el porqué de su
existencia ni busca un más allá tras ella. Tampoco concibe sentimientos de
culpa o remordimiento, sino que se enorgullece de cada uno de sus actos. Cuando
sabe llegada su hora, se retira delicadamente al ostracismo proclamando entre insondables
susurros: “Ha llegado mi momento de partir, este mundo y sus habitantes han
llegado a aburrirme en exceso. Ahí os quedáis, pobres desgraciados, afanándoos
en postergar inútilmente vuestra existencia hasta la saciedad cual viejos avaros,
poniendo final a la ingrata mortalidad tras años de aflictivos dolores y
movilidad reducida y, más deshonroso aún, bajo el yugo de una idea abstracta e
irreal. Yo, fácil vine, fácil me voy.”
- No te falta razón, de veras. No sé si hablas convencido o en
clave de humor, pero igualmente deberías convertir esta conversación en
monólogo. No obstante, aun con tu persuasivo discurso, me quedo con mi leal Judas
y con el cuarteto de Liverpool.
«Es bueno tener un montón de
gatos alrededor. Si uno se siente mal, mira a los gatos y se siente mejor,
porque ellos saben que las cosas son como son. No hay por qué entusiasmarse, y
ellos lo saben. Por eso son salvadores. Cuantos más gatos uno tenga, más tiempo
vivirá. Si tienes cien gatos, vivirás diez veces más que si tienes diez. Algún
día esto será descubierto: la gente tendrá mil gatos y vivirá para siempre.» Charles Bukowski
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